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Channel: El tiempo detenido
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Cariño, no llevas corbata

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        Entonces… se escuchó un grito. Inundó la humedad de la noche. Desde la secreta orilla del río y bajo las acacias, aquel sonido atravesó puentes, calles, esquinas y a buen seguro, llegó hasta la ciudad, donde algún transeúnte desocupado escucharía sobresaltado aquel desgarro.


        Alfredo, enfermizamente cinéfilo, después de ver por primera vez Casablanca se compró un esmoquin blanco. Cada vez que escuchaba unas campanillas decía que un ángel había ganado sus alas y la primera vez que vio El golpe, comenzó a organizar timbas de póker en el salón de su casa. Pero esta cinefilia derivaba en desvarío cuando se trataba de aquellas películas que estaban dirigidas por Alfred Hitchcock. Y Rocío, su mujer, pagaba las consecuencias de esta obsesión, armándose de paciencia. No eran pocas las veces que se había teñido de rubio platino o había comprado tal o cual vestido para parecerse a la protagonista de la última película que obnubilaba a su marido. En cierta ocasión, mientras hacían la compra en un supermercado, Alfredo le suplicó que robara algo, alguna baratija sin importancia. Ella, resignada por los delirios de su marido, cogió una manzana roja y la llevó disimuladamente a su bolso. Y es que la pasada madrugada acababan de emitir en televisión Marnie la ladrona. 


       Aquella mañana de otoño, durante el desayuno, Alfredo le pidió que visitera sus mejores galas, que se pusiera bien hermosa. Ella acató con una sonrisa forzada. La invitación consistía en ver Frenesí, su película favorita, en el cine de verano, al aire libre. Rocío lucía, al fin, tras muchos años de constantes cambios, el cabello de su color natural, un castaño claro con tonos rubios. Había dibujado una fina línea sobre sus párpados que resaltaba el indefinido verde azulado que rodeaba sus pupilas y bajo la americana, vestía una camisa negra casi transparente que dejaba entrever su lencería a juego. También había elegido una falda negra, muy corta y unas medias de rejilla que satisfacían al máximo el fetichismo de Alfredo. Este, vestía con un traje azul y una vieja corbata roja cuyo nudo estaba prendido con un bonito alfiler que durante la proyección le sirvió como mondadientes. Una vez terminada la película y por iniciativa de Alfredo, fueron hasta un descampado, junto a la orilla del río, en las afueras de la ciudad. Salieron del coche. A escasos metros, tumbó a Rocío sobre la hierba y sus cuerpos recibieron con agrado las gotas de humedad que ya desprendía la noche de octubre. Allí comenzaron un forcejeo consentido, una especie de juego innato en sus encuentros sexuales. Pero en algún momento de la pequeña charada, Alfredo, fuera de sí, comenzó a desnudar violentamente a Rocío. Primero le libró de su americana. A continuación rasgó su camisa haciendo saltar los botones y rompió por la mitad el sujetador, liberando así sus pechos. Frenéticamente comenzó a devorar sus pezones, cada vez más erectos, en lo que parecían unos mordiscos desesperados. Sin más dilación, le arrancó las bragas y la penetró de manera salvaje. A medida que las embestidas subían de intensidad se desembarazaba de su corbata. En una fracción de segundo y sin saber cómo, Rocío la tenía rodeando su cuello. Apenas podía respirar y sus jadeos se habían cortado a medida que él, como presa de una locura irreparable, iba apretando más y más la roja corbata sobre el pescuezo de su mujer. Alfredo se vació en Rocío mientras el nudo se cerraba definitivamente en su garganta. En ese mismo instante miró sus manos horrorizado y aflojó la soga. Ella, visiblemente sofocada, no dejaba de patalear. Y entonces se escuchó un grito que, al menos por aquella noche, fue un estallido de placer. Pasado el momento y cuando recobró la respiración, Rocío miró sonriente y sincera, por primera vez,  a los ojos de su marido y recordando el final de la película le dijo: Cariño, no llevas corbata. Alfredo le dio la espalda y observó fijamente el río. Solo él sabe qué delgada es la línea que separa el placer de la muerte, el bien del mal. Se pregunta cuánto tiempo tardará en cruzar ese límite.

Fotografía de http://mevoydepicospardos.blogspot.com.es/

Este relato, inspirado en la película de Frenesí (Alfred Hitchcock. 1972), fue seleccionado para publicación y será editado en el segundo número de los Cuadernos de Narrativa Palabras contadas, publicado por La fragua del Trovador Mi amigo Raúl Garcés también fue seleccionado para publicación con un relato que podemos leer en su sección ¿Tiene un minuto? del periódico digital desdeSoria: aquí



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